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Las tapadas laguneras, y no solo laguneras: ¿beatas o libertinas?

Las tapadas laguneras, y no solo laguneras: ¿beatas o libertinas?

Acercándose las vísperas, hacia las seis de la tarde, sale a la calle Real lagunera, con mucho cuidado de no caer, acaba de llover y el empedrado está resbaladizo, se dirige a la vecina iglesia de Nuestra Señora de Los Remedios, completamente tapada. Mantilla de blonda y peineta, manto y saya que le embozan el rostro y solo dejan al descubierto uno de sus ojos para poder ver, rosario de nácar colgado al cuello y misal en el bolsillo, a buen recaudo, ya que no sabe latín. Todo de riguroso negro, salvo el rosario de un blanco impoluto.

Así sale una mujer decente a la calle, o al menos así lo cree ella, es lo que le han enseñado desde pequeña, recato y vergüenza, guardar la compostura y ser fiel a su señor esposo y a su honor (hoy en día las del “hermana yo sí te creo” lo definirían como heteropatriarcado).

Casi al mismo tiempo, alguien más sale de la calle El Tambor (Bencomo) con los ojos bien abiertos y escudriñando a derecha e izquierda, con el corazón palpitante y un leve cosquilleo en el estómago toma rumbo hacia el callejón de Las Emparedadas, haciendo como que va a Los Remedios, pero furtiva, así es su salida, hace un requiebro y enfoca hacia la calle Mesones (Herradores). También va tapada: sombrero de terciopelo, su mantilla es de seda estampada, manto rosa, camisa blanca y saya añil. Viuda joven, deseo ardiente, perfume embriagador; tiene prisa, al cabo de la calle le espera su libertino don Juan, caricias y arrumacos, la noche será larga y fructífera.

(foto José Ortiz Echague)

Dos caras de la misma moneda, el yin y el yang, recato o lujuria, espiritualidad o frenesí, disciplinar el cuerpo femenino o primera experiencia emancipadora de la historia, ustedes deciden; desde estas líneas solo podemos decir “así fueron las Tapadas”, lo siguiente es el relato:

Antaño y tal vez ahora, las maneras de vestir estuvieron relacionadas con códigos sociales, morales y estéticos. La sociedad imperante imponía sus normas, en las que el prestigio y status social de la familia iba indeleblemente vinculado a salvaguardar el honor y el valor masculino, reservando a la mujer la condición sumisa del recato y la vergüenza. Fiel reflejo de esa sociedad, durante siglos, fueron las denominadas TAPADAS, así llamaban a aquellas mujeres que salían a la calle embozando el rostro de diferentes maneras para no ser reconocidas; las más para acercarse a la oración, la penitencia, el rosario y la iglesia, las menos para ir a fiestas o para vivir lances amorosos prohibidos, participando en ambos menesteres tanto las clases altas como las populares.

El origen es incierto, para algunos historiadores la costumbre de taparse el rostro llegaría a la Península introducida por los judíos hacia los siglos IV y V, para otros la moda llegaría de mano de los árabes y comenzaría en la Sevilla del siglo XV, evidentemente para Canarias la costumbre comenzaría después de la Conquista.

Ya queda clara su doble finalidad, en el mundo oriental y más tarde en el cristiano, primero como forma de honestidad, decoro y recato, que preservaba a las mujeres de miradas lascivas salvaguardando la virtud de las doncellas, la fidelidad de las esposas y la pudicia de las viudas. Luego el embozo pasó a ser cómplice de galanteos, salidas impías y lances amorosos prohibidos. Las mujeres de la clase alta podían incluso participar en fiestas populares, conducta inasumible sin el tapado salvador.

(foto José Ortiz Echague)

Las tapadas no tuvieron “vida fácil”, los excesos y las trasgresiones que se podían cometer bajo el manto de la invisibilidad, llevó aparejado que la monarquía intentara abolir la costumbre desde finales del siglo XVI. Ya Felipe II dictó pragmáticas contra el embozo que conllevaban multas económicas. El resultado fue más bien escaso, por no decir nulo.

Las pragmáticas se sucedieron con Felipe III y Felipe IV, quien las hizo extensivas a toda la Península y posesiones de ultramar. Finalmente en el año 1770 Carlos III dicta una pragmática severísima que las castiga con graves penas de obligado cumplimiento, lo que supuso la paulatina desaparición de esta práctica en todo el territorio Peninsular, no así en Canarias, donde podemos constatar la pervivencia de esta costumbre, por arraigo, hasta mediados del siglo XIX.

En esta época en el Archipiélago las mujeres se embozaban con dos tipos de prendas: las mantillas blancas guarnecidas con seda, a las que se les denominaba “tapadas” y las que lo hacían con el manto sujeto a la cintura y subido por la cabeza, dejando solo un ojo destapado, a las que se les decía que iban de ”Manto y Saya”.

En Iberoamérica esta costumbre se adopta hacia 1560 casi exclusivamente en el Virreinato del Perú y más concretamente en su capital Lima, pasando a México por medio de la virreina Teresa de Castro quien adoptó para sí y para su servidumbre esta indumentaria, en homenaje a las mujeres limeñas, si bien aquí la moda fue pasajera.

Tapada limeña (camp.ucss.edu.pe)

En Lima el atuendo se vio como una forma de transgresión, para poder moverse libremente, decir y no decir, mostrarse y no mostrarse, una forma de galanteo muy apreciada tanto por las clases altas como las clases populares. Este exceso de libertad, fue perseguido por la Iglesia hasta con amenazas de excomunión; sin embargo esta costumbre perduró en la sociedad limeña hasta mediados del siglo XIX entre las clases pudientes, y no fue la Iglesia quien pudo derrotarla, sino la moda venida de Europa, más concretamente de París y Londres.

Entre las clases menos favorecidas esta forma de vestir perduró hasta finales del siglo XIX.

Ahora solo nos queda el recuerdo, y el disfrute de estos preciosos trajes en alguna que otra exposición.

Mauro Bertello.

Guía de Turismo de Canarias

Foto de portada: jorgemirandadiaz.com


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