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Nuestros barrancos

Nuestros barrancos

Si buscamos la definición de barranco en el diccionario de la Real Academia Española, leeremos: «quiebra o surco producido en la tierra por las corrientes o avenidas de las aguas». Eso según la RAE.

Sin embargo, en Canarias los barrancos son mucho más que eso; más que meras cicatrices del terreno que caracterizan el paisaje de nuestras islas.

En Canarias los barrancos son memoria, viejas costumbres y tradiciones. Son alma.

Ya desde tiempos lejanos desempeñaron un papel esencial: sus cuevas fueron el hogar preferido para nuestros aborígenes. Allí no solo encontraban cobijo, sino todo un vergel de plantas y la preciada agua dulce -esencial para la vida- tanto para ellos como para su ganadería.

Con posterioridad y hasta bien entrado el siglo XX, esta agua continuó siendo muy valiosa para la población, a falta de fuentes públicas y de agua corriente en la mayoría de hogares.

Tras la conquista castellana y la aparición de nuevas modas en el vestir, los barrancos se convirtieron en grandes lavanderías al aire libre. Así ocurrió en muchas localidades A los barrancos acudían las mujeres – máximas encargadas de las cuestiones domésticas- a lavar la ropa de toda la familia.

Mujeres lavando en el Barranco de Santos, Santa Cruz de Tenerife.

Eran jornadas exhaustas, prácticamente de sol a sol. A medida que iban limpiando la ropa, utilizaban las piedras o plantas de los alrededores como tendedero improvisado. Ponían a secar las prendas allá en donde podían: encima de lajas o riscos más o menos planos, colgando en las vinagreras, sobre la rama de algún árbol, etc. Y entre refriega y refriega el barranco se transformaba, además de en lavandería, en un espacio de socialización. Las mujeres aprovechaban para desahogarse y contarse sus problemas, intercambiaban chismes, cantaban, reían,… En definitiva, compartían y creaban lazos de comunidad.

Aparte de este uso eminentemente femenino, podemos decir que en general, los barrancos eran lugares donde había un trasiego continuo de todo tipo de gentes. Y es que se les sacaba partido de múltiples maneras.

Hay que recordar que eran épocas pasadas donde llovía con mucha más frecuencia y era normal ver abundante agua correr por muchos barrancos durante todo el año, sobre todo, por aquellos del norte de las islas más occidentales.

La abundancia de agua permitió que se desarrollaran un sinfín de actividades a lo largo de los cauces. Ya hemos mencionado el lavado de la ropa. Además de esto: se recogía agua en las fuentes del barranco, también se recogían arenas y revueltos para actividades de la construcción, se recolectaban berros y ñames, los charcos servían de abrevadero para el ganado, los jóvenes se bañaban allí, etc. Existió, en suma, toda una cultura de los charcos.

Niños bañándose en el Barranco de Santos, Santa Cruz de Tenerife.

En este sentido, nos puede llamar la atención que muchos de esos charcos funcionaron, durante largo tiempo, como las piscinas municipales de varias localidades. En ellos aprendieron a nadar numerosos vecinos de las zonas no costeras. Y es que hasta los años 60 no apareció la costumbre de ir a refrescarse a la costa; costumbre que surgirá con la llegada del turismo y de una nueva forma de entender el ocio.

Así pues, el barranco fue también un enorme patio de recreo para muchos niños y jóvenes canarios. En sus charcos más hondos, no sólo aprendieron a nadar, sino que fueron escenario de un sinfín de juegos. Además, la falta de bañeras y duchas en las viviendas, hizo que los charcos fueran también un lugar imprescindible para el aseo.

Por último, otro uso vinculado al barranco tuvo que ver con la alimentación. Junto a su cauce, gracias al agua y la humedad, crecían de forma natural (y aún hoy en algunos sitios siguen creciendo) berros y ñames. Sabemos que, entonces, muchos vecinos los cuidaban y recogían para complementar así su dieta.

También bajaban hasta el cauce para endulzar los chochos; costumbre que estuvo generalizada durante mucho tiempo en las Islas y que también está vinculada a los charcos de agua salada. Por todo ello, es bastante común encontrarnos hoy día el topónimo «charco de los chochos»en distintos sitios del Archipiélago.

En estos casos la costumbre era poner los chochos dentro de un saquito y, luego, colocarlos en remojo varios días dentro de un charco. Así se endulzaban.

Finalmente, llegó un momento en que ésta y otras muchas actividades, dejaron de realizarse. Todo cambió con la mejora en las canalizaciones de las aguas. Primero aparecieron las fuentes públicas y, después se consiguió llevar el preciado líquido a los hogares. Tras esto, ya no hubo necesidad de ir al barranco a por agua, bañarse, ni a lavar. Además, no hay que olvidar que en muchas localidades se construyeron presas o embalses que acabaron por modificar el curso natural de agua de muchos barrancos.

La consecuencia fue el abandono generalizado de este espacio. El barranco dejó de ser protagonista dentro de la sociedad, un espacio de primer orden en la socialización y obtención de recursos y actualmente se ha convertido en un espacio olvidado, que ha pasado a un segundo plano.

Barranco del Río, en Anaga.

Hoy los barrancos son, sobre todo, lugares de paso y de disfrute transitorio para amantes de la naturaleza, senderistas, biólogos, etc. Aún así, en muchos sigue latiendo y podemos aún rastrear nuestro legado etnográfico, las huellas de los tiempos pasados y no tan pasados.

En definitiva, son espacios de memoria e identidad para los canarios, donde se hunden nuestras raíces más profundas.

Eva Rodríguez Mateos


Mediante esta publicación, APIT Tenerife se hace eco de las investigaciones de sus asociados y apoya la generación de conocimiento por parte de sus guías de turismo asociados. No obstante, las opiniones vertidas por los autores de los artículos NO reflejan en modo alguno el posicionamiento de la Asociación. APIT Tenerife es una entidad apolítica, profesional e inclusiva que promueve el patrimonio canario de cualquier índole. En caso de querer aportar elementos al debate de las temáticas aquí tratadas, le invitamos a ponerse en contacto con su autor/a cuyos datos de contacto constan en la firma del artículo y en el listado de guías asociados.

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