Cuando el presbítero burgalés Domingo de Guzmán funda en 1216 la orden mendicante de predicadores, también conocida como Orden Dominicana u Orden Dominica, no alcanzaría a pensar que tres siglos más tarde sus correligionarios llegarían a una isla, Tenerife, rescatada de las tinieblas del olvido de la mano de su conquistador Alonso Fernández de Lugo.
El propio Adelantado cede el 13 de mayo de 1522 a la Orden la ermita de San Miguel para que, en sus alrededores, el vicario provincial Fray Domingo de Mendoza levante un convento con el nombre de San Miguel de los Ángeles. Cinco años más tarde, se ven obligados a abandonarlo en virtud de una orden Concejil fechada en 1524, por la cual se otorga la propiedad a la congregación femenina de la misma Orden, Las Dominicas.
En esa nueva fecha, 1527, se hace mención en la Actas del Cabildo al nuevo convento dominico que se estaba levantando en el solar que acababan de comprar y en el que se encontraba una ermita, La Concepción, que les sirvió de primera iglesia y alrededor de la cual se fue implementando dicho convento, al que se le denominó Santo Domingo de la Concepción. Dos años más tarde el segundo Adelantado, Pedro Fernández de Lugo, cedió un solar anexo para su ensanche.
Las estrecheces económicas de los propios dominicos motivaron que éstos acudieran en 1532 a la justicia ante la falta de fondos para terminar tan magna obra; es por ello que el Cabildo acuerda donar, por un periodo de ocho años, ciento cincuenta fanegas de trigo anuales, a cambio de que los dominicos impartieran clases de gramática, lógica y filosofía; intercambio de favores, el “Do ut des” latino, que vulgarmente y erróneamente se conoce como “quid pro quo”.
En la centuria siguiente el convento creció al socaire de la creación de un colegio y la implantación de la cátedra de teología, motivo de disputas y discordias con los “hermanos” agustinos durante el XVIII, puesto que éstos habían obtenido por decisión pontificia la Universidad -la rivalidad entre dominicos y agustinos fue una constante secular-
Ya en el XIX, con la llegada de la Desamortización y la extinción de las órdenes religiosas, en 1841 el Ayuntamiento solicita el inmueble para ubicar el Hospital de Dolores, sin que nunca tuviera lugar.
Después de la exclaustración, en 1838, pasará a desempeñar diversas y variopintas actividades: casa parroquial, cárcel eclesiástica, temporal residencia episcopal, hasta que en 1877 fue reconvertido en Seminario Diocesano, y más recientemente a finales del siglo XX, entre 1980 y 2000, albergará el Centro de Educación para Adultos. Finalmente, y por el momento, desde 2002 acoge la sede de la Concejalía de Cultura y Patrimonio Histórico del Ayuntamiento Lagunero.
En la actualidad la antigua casa conventual, debido a las reformas decimonónicas, ha quedado bastante desvirtuada; nucleada en dos patios, el principal queda delimitado por galerías abiertas, con pies derechos en la planta terrera y en madera, con antepecho de balaustres en el piso superior. En el segundo patio se observa una galería cerrada de mampuesto y ventanas de guillotina en la planta alta.
Sin embargo, entre los laguneros, que como yo pintamos canas, en nuestra memoria quedará como recuerdo indeleble, más que el convento en sí, el precioso drago que entre los restos almenados de la antigua huerta conventual perdura desde hace siglos, siendo el mudo responsable de que desde los tiempos de la conquista esta zona se conociese como Finca del Drago.
En cuanto a la fábrica del templo, comienza cuando la pequeña ermita resulta exigua para las necesidades conventuales; El resultado es una iglesia de dos naves, la más antigua correspondería en parte a la primitiva ermita de La Concepción a la que se anexa, con portada de medio punto, apoyada en columnillas estilo Reyes Católicos. A esta única nave primigenia se le fueron añadiendo capillas laterales del lado del Evangelio, conformando una segunda nave, con puerta en la fachada, contando con capiteles de influencia portuguesa. Al parecer la Capilla Mayor queda concluida hacia el año 1602. Mientras la espadaña, ubicada del tal guisa que forma un ángulo recto con el convento es del siglo XVIII.
Como todas las iglesias laguneras el templo sufre diversas modificaciones a lo largo de los siglos, sin ir más lejos a principios del XX la repavimentación del piso con mosaicos hace desaparecer algunas lápidas sepulcrales que llenaban el suelo, aunque afortunadamente se ha conservado la lápida del famoso e histriónico Amaro Rodríguez Felipe (1678-1747), más conocido popularmente como el Corsario Amaro Pargo, benefactor de la Iglesia, entre sus donaciones, sin duda la palma se la lleva la urna de plata barroca que acoge la talla del Señor Difunto, imagen sumamente venerada por el propio donante.
Apostillar que en 1555 el templo custodia la icónica imagen de la Virgen de Candelaria durante su primera salida de la Villa Mariana para visitar la ciudad de La Laguna.
En su interior el templo alberga verdaderas joyas artísticas comenzando por su techumbre de estilo mudéjar.
En 1943 se suprimieron los altares de la pared de la Epístola para dar cabida al gran fresco de Mariano Cossío, pintado en 1948. Los hechos elegidos para ser narrados fueron dictados por el fraile dominico y obispo Albino González Méndez. Se representa a San Pío en la batalla de Lepanto, la entrega del rosario a Santo Domingo y la curación, a la entrada del propio templo, de un paralítico de manos de la Virgen de Candelaria. La idea de la composición representa la apoteosis del poder y la eficacia de la oración.
Desafortunadamente el otro fresco, que representa la Predicación dominica quedó inconcluso por la muerte de su pintor, Pedro de Guezala en 1960.
Reseñable es también el Árbol genealógico de Santo Domingo, pintado en 1766 por el lagunero Gerardo Núñez de Villavicencio. En él figuran 87 bustos de antepasados de Santo Domingo; culmina la composición la patrona de los dominicos, la Virgen del Rosario, y los escudos de los propios dominicos y el de la familia Herrera Leiva, posiblemente los donantes de la obra.
Sobresale la antigua pila bautismal, de cantería isleña, traída en 1847 desde la Iglesia de Los Remedios (hoy Catedral), en la que, siguiendo la tradición popular, fue bautizado José de Anchieta, padre jesuita considerado “Apóstol de Brasil”.
En el apartado de orfebrería destaca el magnífico altar mayor, de chapa de plata repujada, el Sagrario y la bellísima Custodia. Ubicada en este altar desde 1740, encontramos la titular del templo La Virgen del Rosario, en talla de vestir.
No es desdeñable por su simbolismo, la imagen del propio Santo Domingo, talla de candelero, que representa al Santo vestido con los hábitos de la orden: túnica blanca y manto negro, en su clásica iconografía, con el estandarte de la orden en su mano derecha, mientras en la izquierda lleva un libro abierto, la Biblia sobre el que se coloca una iglesia, la Basílica Lateranense, es decir “La Madre Iglesia”. Le acompaña un perro con una antorcha encendida en el hocico. Juego de palabra latino de Domenicanus, dominus, señor, canis, perro. El perro del señor que encenderá el fuego de Jesucristo.
No son obras menores la pequeña talla de la Inmaculada Concepción, en madera estofada del artista genovés Antonio María Maragliano; como tampoco lo es la Magdalena, también de candelero, realizada por el imaginero Fernando Estévez para la cofradía de La Soledad y el Santo Entierro.
Lo relatado encumbra la Iglesia como BIC, Bien de Interés Cultural en 1985, y con la misma categoría, al antiguo Convento en 2008.
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