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El Teide: desde los guanches alzados a los neveros decimonónicos.

El Teide: desde los guanches alzados a los neveros decimonónicos.

Guanches sumisos, guanches alzados levantiscos e indómitos, la libertad siempre ha tenido un precio. Los segundos convirtieron al Teide, Echeyde para ellos, en su Axit Mundi, en su Sancta Sanctorum, al amparo de costumbres importadas y extrañas, lejos de la esclavitud impuesta por los colonizadores europeos: “Andan etamarcados, con tamarcos, como solían andar antes que fuesen cristianos e que no vienen ni se allegan en domingos ni fiestas ni en otros días con los castellanos, más siempre se andan por las sierras e montañas con tamarcos”.

El establecimiento de la nueva sociedad acabó fracturando a las poblaciones indígenas supervivientes, una fisura que los dividió en dos grupos: los que residían en zonas habitadas por los colonizadores y aprendían con rapidez las costumbres y los hábitos foráneos y los que “alejados de los centros de poblamiento europeo continuaban practicando sus anteriores formas de vida, conviviendo con sus connaturales, dedicados al pastoreo en las zonas menos accesibles de las Islas y manteniendo no sólo sus hábitos sino su propia lengua”. (G. Betancur Quintana. 2002). Avezados en el pastoreo de cabras, amparándose en refugios precarios hechos de piedra seca, guardando en escondrijos sus tabonas de obsidiana, gánigos y collares de cuentas de barro; muriendo mirlados al amparo de miradas indiscretas, traspasaron su saber a los pastores castellanos: trashumancia de costa a cumbre para aprovechar la retama y el codeso veraniego, solventando así los pleitos con el campesinado, con un trasfondo lejano: Año 1541, cuando los ganaderos solicitaron al Cabildo que le fuesen señalados “Los valles y montañas de la Isla para apastar sus ganados”, marcando el inicio de una de las prácticas más significativa de la ganadería tinerfeña: el reglamento del pastoreo del ganado menor hacia los montes, cumbres y zonas despobladas de la Isla. Dando lugar a dos modalidades de pastoreo en las Cañadas, el primero en régimen de suelta, en el que las cabras pastaban libremente aprovechando la vegetación, retama sobre todo, y abrevando en las fuentes de la Grieta, la Piedra y Ucanca; el segundo en régimen de trashumancia, tanto desde el norte, pero sobre todo desde el sur, para aprovechar la retama veraniega y los pastos costeros invernales.

Pastor en Las Cañadas (saltodelpastorcanario.org)

Desafortunadamente, o tal vez afortunadamente, el equilibrio entre lo conveniente o lo desaconsejable muchas veces queda delimitado por una delgada línea roja, el pastoreo de suelta desaparece en el siglo XIX, el convencional queda herido de muerte cuando en 1920 el ayuntamiento de La Orotava niega a los propietarios de ganado cabrío los aprovechamientos del terreno comunal de Las Cañadas y el Teide por entender que causaba un irreparable daño al retamar, la definitiva desaparición, el “cruz y raya” de esta práctica secular se produce con la declaración de Parque Nacional de esta delimitada zona.

Lo que sí perdura y se mantiene en esas “latitudes” es la actividad apícola; la bendita retama no solo dio de comer al ganado cabrío, sino que permitió la producción secular de la afamada miel. Sabino Berthelot, en 1827 afirmaba: “ Sin la retama tan abundante en ese extenso paraje, ni los rebaños, ni los enjambres podrían subsistir, con lo que los habitantes de las Bandas se verían privados de sus principales recursos”. Los cabreros de la vertiente sur, especialmente los de medianías, transportaban en mulos o camellos las colmenas, dedicando parte de su tiempo a su cuidado y atención. Esta actividad se fue imponiendo en Las Cañadas como consecuencia de las ordenanzas dictadas por el Cabildo durante el siglo XVI, que prohibían el establecimiento de las colmenas cerca de las áreas de viñedo. Colmenas tradicionales construidas como paneles fijos hechos con troncos de árboles tan nuestros como la palmera, el pino, el drago o el mocán, y que dan lugar a topónimos tan singulares como Montaña del Corchado, Montaña Colmenar, o Estancia de la Cera.

Colmenas en el P.N. del Teide (novaciencia.es)

A pesar del “prohibido” tan políticamente correcto promovido por los ecologistas o los ecolojetas, tenemos la suerte de que esta actividad sigue vigente en el Parque Nacional, (Greta-Zombi afortunadamente todavía no ha aparecido por aquí).

Lo que ya no resulta factible son otras explotaciones tradicionales como la del azufre. Las creencias supersticiosas de que en la montaña se encontraba oro y plata, llegaron al Teide. Buscaron oro y plata y encontraron azufre. Su aprovechamiento viene de lejos, encontramos un acuerdo del Cabildo fechado en 1511 que dice así: Diego de Mesa, regidor. Poder para que saquéis y cojáis de la montaña e sierra de Theyda toda la piedra de sufre que quisiéredeis, para vos mismo y para llevar e sacar fuera de la Isla a vender, lo cual quiero que vos solo lo hagáis e no otra persona alguna”.

Los azufreros no desempeñaban estas tareas como un oficio estable sino como un complemento económico a otras actividades, principalmente compaginadas con las labores del campo, de hecho la extracción del azufre no constituyó nunca un negocio demasiado lucrativo, aunque en determinadas épocas fue muy demandado para el tratamiento de la viña frente al oídium, su hongo destructor, aparecido en la Isla durante el siglo XIX; o como elemento esencial para la elaboración de la pólvora negra. Aunque las sacas mayores tuvieron lugar durante la Primera Guerra Mundial, ante la escasez europea, lo que motivó la mayor alteración de la fisonomía del cráter del Teide.

Solfataras en el cráter del Teide (naturalezapost.com)

No debemos olvidar mencionar las penosas condiciones de vida a las que se veían sometidos los trabajadores, así como su precaria situación laboral, ambas se vieron incorporadas al paisaje de la cima del Volcán, ya que en la penúltima década del siglo XIX se construyó la primera caseta en Altavista, para darles un rudimentario cobijo.

Otra actividad ya desaparecida hace mención a los neveros. La obtención de nieve se compaginaba con la recogida de azufre y servía para compensar los escasos recursos del campesinado pobre de las comarcas limítrofes. Arriesgando su vida para salvar su depauperada hacienda, desafiaban peligros para sustentar a sus familias, como nos lo refleja el mayor A. Burton cuando relata lo siguiente en su subida al Pico: “ Aquí y allá se veían cruces de madera, que según nos dijeron los guías señalaban los lugares de las personas que habían muerto en invierno congeladas por la nieve. Nuestros piadosos hombres siempre añadían una piedra al pequeño montón que estaba al pie de cada tosca cruz y que significaba el número de oraciones dichas por el descanso del alma del muerto”.

Cueva del hielo (Carlos Antolín Carruesco)

Esta pobre gente arriesgaba su vida desde el siglo XVIII y sobre todo durante el siglo XIX, para que las clases acomodadas de las incipientes ciudades de La Orotava, Puerto de la Cruz o incluso de las más alejada Santa Cruz pudieran disfrutar de sorbetes y helados; así lo afirmaba Sabino Berthelot: “ En pos de sus mulos los arrieros trotan hasta la zona de las nieves, de donde bajan la nieve y el hielo del Teide. Descienden desde una altura de más de 9.000 pies, paran en la Villa de La Orotava para cambiar de caballería y durante la noche reemprenden la marcha en dirección a Santa Cruz, para llegar temprano a la ciudad. Gracias a ellos los helados no faltan en los saraos”.

A lomo de mulas y en cestones cargando cada uno 50 kilos, bajaban la nieve compactada que acumulaban hasta el verano, amasándola en grietas protegidas con ramajes y varias capas de pómez, o transportando directamente los bloques de hielo obtenidos en la archiconocida “Cueva del Hielo” ubicada por encima de la cota de los 3.200 metros; hielo que tenía también un uso terapéutico como antiinflamatorio.

No podemos dejar en el olvido otra actividad complementaria para el campesinado, ya desaparecida: el carboneo. Compartir las tareas agrícolas con la recogida de leña, cisco y la elaboración de carbón era una práctica habitual en las épocas de crisis de subsistencia. En esos momentos que alcanzaban tintes dramáticos se activaba un tráfico ilícito en caletas y playas alejadas, donde el carbón y la leña viajaban en barcos veleros hacia las islas orientales, carentes de ambos, a cambio de lo que en Tenerife escaseaba, los cereales. Además el desarrollo urbano de Santa Cruz, a partir de la centuria decimonónica, implementó esta actividad que se convirtió en furtiva; la demanda de madera para la construcción y los hachones de tea para la lumbre disparó las talas y las carboneras sin permiso. Especialmente apreciada era la leña de retama y el cisco, polvo de carbón vegetal, utilizado como abono natural en la incipiente industria platanera. Las consecuencias destructivas de este intenso carboneo aparecen reflejadas en diversas descripciones de los viajeros que ascendían al Teide y que relataban la tala abusiva y el carboneo sin control. Adolphe Coquet, en 1882 así lo refleja: “ Ya la Isla no merece los elogios que Humboldt hizo, y mucho menos los de los antiguos. La tala marcha con rapidez, la administración es impotente o incapaz de pararla y las condiciones hidrográficas y climatológicas siguen transformándose”.

No sería justo concluir este somero artículo sin hacer mención a los arrieros, aquellos que en desvencijados carruajes tirados por bestias de carga cruzaban los polvorientos caminos, bien de motu proprio, bien arrendando su esfuerzo y sus animales a cambio de un salario, para llevar todo tipo de mercaderías entre las vertientes opuestas de Tenerife: semillas, granos, papas, gofio, leña, carbón, telas o enseres. Las antiguas rutas de cumbre fueron las más transitadas durante el siglo XIX y principios del XX, hasta que se construyó la carretera del sur. El denominado Camino Real de Chasna, que atravesaba Las Cañadas por el tramo conocido como Siete Cañadas, fue su mejor ejemplo; por aquí también atravesaban los denominados “cochineros”, aquellos hombres que se dedicaban a la venta ambulante de lechones de cría.

Arrieros (cedres.info)

Pero, qué decir, todo esto ya pertenece a un remoto pasado que desde la lejanía temporal y la nostálgica lectura de crónicas y apuntes se dibuja en nuestras mentes con querencia aletargada.

Donde antes pastaban las cabras ahora pastorean los turistas.

Mauro Bertello

Foto de portada: José A. Paris


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