El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es sin lugar a dudas, la fiesta que más fama tiene en la isla. Ir a ver el Gran Coso Apoteosis del Carnaval con miles de turistas, es una constante cada febrero en nuestro trabajo. Difícil explicar el origen de un sentimiento, como difícil es hacerlo en otras fiestas tradicionales de la isla, y mucho más, cuando resulta casi tan antiguo como la misma historia de la ciudad. Diferentes lugares de Santa Cruz tienen su historia unida a la del Carnaval, a pesar del desarrollo urbano y de los cambios de escenario, no hay lugar más carnavalero que “El Chicharro”, La Plaza del Príncipe, La Plaza de España o la Calle de la Noria. Cómo surge la celebración en estos lugares, cómo el Carnaval se hace cultura, fue parte de la ruta “Conoce tu Carnaval”, que surge en plena pandemia tras el confinamiento con la colaboración de tres guías de turismo. Una actividad que esperamos pueda tener nuevas ediciones. El origen de la fiesta, fue parte de la introducción de dicha visita guiada y en este artículo desvelamos una parte de la misma.
Aunque con casi total seguridad, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife se celebra desde los primeros asentamientos europeos en la isla (en 1605 Gaspar Luis Hidalgo, aludía a la costumbre de invertir los sexos por medio de disfraces), las primeras referencias escritas datan de finales del s. XVIII, a través de los escritos de los visitantes y después, mediante disposiciones oficiales que buscaban el orden social durante su celebración.
Estas crónicas de principios del siglo XVII (1605) hablan de cómo, mediante disfraces, había costumbre de invertir los sexos. Otras del siglo XVIII (1778), ya nombran las comparsas. Sin embargo, en el archivo municipal de Santa Cruz de Tenerife, se encuentra el documento más antiguo relacionado con el Carnaval. Se trata de un auto de 1782 “prohibiendo las máscaras disfrazando el propio sexo de las personas”.
En anteriores carnavales, ¡y hablamos de 1782!, se había observado como “muchas personas se disfrazan con máscaras y trajes diferentes de su sexo, con indecencia y escándalo, sirviendo de pasatiempo únicamente a personas licenciosas y de mal gusto”.
Durante los siglos XVIII y XIX, se siguen celebrando los bailes. Y se habla también de costumbres y tradiciones interesantes, como, por ejemplo:
“Las tapadas” (Bando del Corregidor en 1783, vetando su uso). Se trataba de alta burguesía, hombres o mujeres, se cubrían el rostro con máscaras o rebozos y se mezclaban con la gente en los festejos populares, y sobre todo en Carnaval. Actuaban durante las horas del paseo en los días de fiesta “en que había ventorrillos y cajas de turrón”, con el objeto “de observar, quien, al marido, quien, al novio, o personas que las venían a cuento, a los cuales era el chiste pedirles la feria”. Hay quienes de una manera acertada han sugerido que tales “tapadas” podrían esconder “debajo de un refajo dieciochesco de blondas” algún representante del sexo contrario. Parece evidente, que las “tapadas” de los siglos XVIII y XIX, son el antecedente directo de aquellas mascaritas de la “sábana y el abanador” que tanto se prodigaron en las primeras décadas del siglo XX.
Aunque la ciudad no tenía un teatro adecuado aún, abundaban las representaciones teatrales, y en Carnavales, se efectuaban representaciones de cierta categoría.
Otra costumbre muy extendida de la época durante el Carnaval era la de arrojarse agua, harina, cenizas y otros objetos más contundentes (bombas de agua olorosa hechas con cáscaras de huevo). Así, en febrero de 1799, aparece en las islas una disposición oficial con vigencia para todo el Reino en la que se manifiesta: “Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas con jarras, jeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas”. Un elemento característico del Carnaval santacrucero hasta bien entrado el siglo XX, fueron los llamados “huevos de talco”, también frecuentes en otras poblaciones del Archipiélago.
Los inicios del siglo XIX representan para Santa Cruz la obtención de la independencia municipal (1803), con el título de Villa. Pocos años después (1822), por Real Decreto de 27 de enero se le concede la capitalidad de la provincia. La categoría oficial de ciudad fue una adquisición más tardía, en mayo de 1859.
En la primera mitad del siglo XIX, el crecimiento demográfico de la ciudad fue moderado. Dificultades económicas, y en especial las graves epidemias fueron responsables del débil crecimiento (fiebre amarilla 1810/1812 supone la pérdida del 25% de la población). Esta tendencia cambia con la exportación de la cochinilla y el auge del comercio en el puerto a principios de la segunda mitad del XIX (1860).
En ésta época, también se acostumbraba a formar grupos de máscaras con un tema determinado en la concepción de sus disfraces. Estas “comparsas” frecuentaban en los días de Carnaval las casas en las que se celebraba algún baile, donde llevaban a cabo alguna representación. En los carnavales de 1807 recorrieron las calles de Santa Cruz varias comparsas de máscaras que realizaban danzas y representaciones.
En los diferentes documentos se aprecia que era normal dejar las puertas de las casas abiertas para que entrasen amigos, conocidos, grupos de máscaras, etc. Costumbre que perdura hasta bien entado el siglo, cuando la población crece y se establecen en la ciudad numerosos forasteros.
En el año 1891, está fechada la aparición, por vez primera, de una rondalla como agrupación propia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. El Orfeón de Santa Cruz fue fundado en 1897.
En este siglo también hay prohibiciones, aunque son un poco más ligeras que en el anterior, y hay alguna ocasión en la que son los propios gobernantes los que defienden la fiesta.
Vemos que, desde sus orígenes, se trata de una celebración en la que prima la libertad y la tolerancia. Valores constantes en estas islas que siempre han recibido gente y culturas variopintas, Y Santa Cruz de Tenerife, capital de la isla, no iba a ser menos. Es una ciudad que, según su anterior cronista, Luis Cola Benítez, nunca ha sido conquistada, en la que se construye un templo masónico a la vista, el único de éste tipo en el mundo. No se oculta, y todo el mundo sabía quién era masón y quién no. Otro claro ejemplo es esta Plaza del Príncipe de Asturias. El alcalde y la corporación eran todos republicanos, pero cuando les llega la noticia del nacimiento de Alfonso XII, deciden ponerle el nombre de la Plaza del Príncipe, reconociendo la importancia histórica que tenía la descendencia de un rey.
El período comprendido desde 1917 a 1936, es el que los historiadores coinciden en llamar “El Viejo Carnaval de Santa Cruz de Tenerife”. Alrededor de la mencionada plaza se celebraba el coso, y muy cerca, entrando en la calle de la rosa, tenían lugar muchas actuaciones.
Por crónicas de la época, con seguridad, podemos afirmar que la primera manifestación de agrupación en la calle, aceptada por el pueblo santacrucero, la origina un grupo de marineros gaditanos, de la dotación de un cañonero de la Marina de Guerra española denominado “Laya”, que estuvo fondeado en la bahía de Santa Cruz a lo largo de varios años. Estos marineros constituyeron la primera murga creada para el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, aunque de una forma “achirigotada”.
Era el año 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y ante la certeza de que submarinos alemanes operaban en aguas de las islas, se ordena al “Laya” arribar y permanecer de apostadero en la bahía de Santa Cruz, para realizar misiones de vigilancia, patrullando constantemente y durante varios años por aguas de las islas “que estaban bloqueadas por submarinos alemanes”.
Desde el primer momento, tanto los mandos como la marinería del “Laya” se integraron en la vida santacrucera, y la figura del buque fondeado en aguas del puerto comenzó a ser muy familiar. En 1917 constituyen una chirigota y actúan en el carnaval santacrucero. Sus canciones, por lo general, mostraban una temática picante, y por desgracia poco se conserva de aquellas que interpretaron en su primera aparición con la salvedad de estrofas sueltas.
A pesar de la finalización de la Guerra en 1918, el cañonero siguió varado en las aguas de SC, entre la marquesina, el muelle de carbón y el antiguo fuerte de San Pedro. Su silueta llegó a convertirse en una estampa característica y típica de la bahía, y fue el germen de las primeras “murgas”, que en pleno siglo XXI, siguen siendo las que más adeptos arrastran a los concursos cada año.
Las galas, la elección de la reina, comparsas, rondallas tienen también su origen en este Viejo Carnaval, pero si quieres descubrirlo, ya sabes que a los guías se nos da mucho mejor hablar que escribir, vente a la próxima ruta y te lo podremos contar.
Bibliografía:
– 75 años dando la murga. Ramón Guimerá
– Historia del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. Amparo Santos Perdomo, José Solórzano Sánchez.
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