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La erupción de Arafo de 1705. Lo que el volcán (no) se llevó

La erupción de Arafo de 1705. Lo que el volcán (no) se llevó

En una de mis caminatas por los altos de Arafo, llegado un momento me hallé rodeado por unas tremendas coladas de lava cuya extensión sólo había visto en la zona de las Narices del Teide. El paisaje era cautivador… Ríos de lava de centenas de metros de ancho, paredones de canales lávicos perfectamente alisados por el rozamiento de la lava solidificada pero aún fluyente, grupúsculos de pinos canarios cuyas raíces resquebrajan la piedra con la misma intensidad que el verdor de sus copas quiebra con el negro azabache del horizonte basáltico, enormes riscos con siluetas caprichosas que se yerguen en medio del malpaís y que amenazan con seguir rodando ladera abajo…

En esos parajes, los musgos se apelotonan en los cantos de los riscos orientados hacia el norte y muy a menudo se mesturan con unos líquenes blancos que, de lejos, bien podrían confundirse con escarcha. Vinagreras, magarzas, cruzadillas, jaras, amagantes y algún brezo aislado completan el tapiz verde que, poco a poco, ayudados por los castañeros centenarios, le va ganando terreno al volcán.

¡Qué maravilla de lugar! ¡Qué cerca estaba de la civilización y qué lejos parecía de ella uno en tremendo malpaís! ¿Cómo podía haber pasado tanto tiempo sin admirar esta belleza? ¿Cómo es que nadie, en tantos años como guía, me había mencionado la existencia de este baluarte geológico y botánico?

Inmediatamente me invadió el deber de descubrirle al mundo este sitio único y al mismo tiempo me dije que tamaños ríos de lava deberían de haber causado insufribles quebrantos a la población del valle cuando, allá por 1705, soltó el volcán su primer berrido. Entusiasmado por la idea de dar a conocer tan bello paraje y ávido por conocer más detalles sobre el desarrollo y las consecuencias de la erupción, me apresuré a documentarme.

Tamaña fue mi sorpresa cuando descubrí que el honorable Viera y Clavijo había tenido la misma impresión que yo, cuando relataba lo siguiente:

Un líquido blanquizco (stereocaulon botryosum), que se tomaria de lejos por copos de nieve,

es la sola vegetación que se observa todavia sobre estas lavas negras, hacia la altura del

valle (…) El volcán está situado en la garganta de los Roques, que forma hacia la

cumbre, el cuello del valle de Güímar. Un cono compuesto de escorias negras y de

montones de lava, se eleva a la entrada de este paso. La corriente se escapa de muchas

quebradas que no pueden hoy distinguirse. No son mas que una masa de rocas informes

acinadas unas sobre otras, y declives de escorias oxidadas en el exterior. Los torrentes de

lava han cubierto todo el espacio entre el escarpe occidental del valle y el cono principal.”

La erupción del Volcán de Arenas Negras o de Arafo de 1705 se trata del evento que más ha modificado la fisionomía del Valle de Güímar en la historia reciente. Un suceso que, sin duda, debió de marcar la vida de todos cuantos en el valle moraban y, muy especialmente, por sus consecuencias, a los vecinos de Arafo. Fue el último episodio hirviente de una erupción fisural que precedentemente había tenido en vilo a los vecinos de Arico, cuando reventó el Volcán de Siete Fuentes en 1704, y a los fasnieros, con el reventón del Volcán de Fasnia en enero de 1705.

En ambas ocasiones, las coladas lávicas o “el volcán”, como se dice popularmente aquí, se pararon antes de llegar a los pueblos vecinos. Pero como dice aquél, a la tercera va la vencida, y en 1705 le tocó a Arafo. La dimensión catastrófica se vio agudizada por la fecha en la que reventó el volcán, quien se mostró muy cuidadoso con la elección de la fecha de su erupción, nada más que un 2 de febrero, día de Candelaria. Agustín Millares decía:

—otra tercera erupción tuvo lugar el 2 de febrero, amenazando llegar su lava al mismo pueblo. Estos volcanes iban acompañados de continuos terremotos, que sacudían el suelo en todas direcciones, hasta diez y doce veces al día, no cesando en sus convulsiones hasta el 29 de marzo de aquel año.”

La tierra se abrió a unos 1400 metros de altura. Según cronistas de la época, la columna de humo llegó a elevarse más de treinta metros. La lava corrió por el antiguo Barranco de Arafo, también conocido como Binchache, Perdomo o Amador, ahogando los manantiales que surtían de agua a Arafo y creando una barrera de piedra que lo dividiría para siempre con su vecino Güímar.

Tras recorrer 3 kilómetros y descender 800 metros, a la altura de la alquería agustina de Lo de Ramos, en Arafo, la lava se detuvo a apenas unos metros de distancia del que hoy es uno de los tres Bienes de Interés Cultural del Pueblo de la Música.

Llegadas a la zona de Perdomo, en Arafo, las coladas ralentizaron su marcha al disminuir la pendiente y pasaron a arrasar, entre otras, parte de las fértiles tierras de El Melozar, convirtiéndolas en, como las describió Viera y Clavijo, “…una masa de rocas informes acinadas unas sobre otras, y declives de escorias oxidadas en el exterior. Los torrentes de lava han cubierto todo el espacio entre el escarpe occidental del valle y el cono principal.”

Siglos más tarde, los barrios de Francisco Javier, el Carmen y Fátima, el terrero y el polideportivo de Arafo hundirían sus cimientos en esas mismas lavas. La carretera que sube a La Hidalga las atraviesa, como también lo hace la autopista entre el Puente del Socorro y la salida de Arafo.

El avance de la lava en su tramo bajo, tras más de un mes de erupción, amenazó a la iglesia del Socorro. Así lo describía la poetisa cubana Dulce María Loynaz:

El milagro es la atmósfera natural de este país, y escucho mansamente, dulcemente.

Pues sucedió que el volcán se encendió una noche y comenzó a botar ríos de

escoria. Justo al pie suyo habían los fieles edificado con devoción tan fervorosa como

imprudente una graciosa ermita para su virgen aldeana, y fue allí donde, sobrevenida la

catástrofe, buscaron todos un místico refugio.

Sin tener en cuenta su pequeñez y ni siquiera su peligrosa situación, que la ponía

en medio de la trayectoria a seguir por la lava, las gentes, sólo llevadas por la fe, se fueron

juntando en el templo de sus amores.

Y sucedió que el tremendo río hirviente al llegar allí titubeó breves minutos… Y, al

fin, abriéndose en dos brazos, siguió de largo, dejando en medio, intacta, la iglesia

diminuta. Aún puedo verla si me asomo al huerto, allí está todavía blanca y firme.”

La iglesia del Socorro consiguió escapar a las fauces del volcán, como había hecho un mes antes la alquería agustina de Lo de Ramos, en los altos de Arafo. Finalmente, el 27 de marzo de 1705, el volcán dejó de “berriar”. Esa humeante y oscura cicatriz cambiaría para siempre la faz del Valle y obligaría a los vecinos de Arafo a establecerse en la zona de “El Llano”, donde décadas antes habían levantado la ermita de San Juan Degollado.

Si bien las principales crónicas de la erupción fueron contadas desde el valle opuesto, el de La Orotava, se sabe que en Güímar se derrumbaron 70 casas y fallecieron 16 personas, en su mayoría, literalmente, “de miedo”. Sin duda, la muerte más llamativa e importante por el puesto en la jerarquía social que ocupada, fue la del obispo Vicuña. Las descripciones sobre las condiciones en las que se apagaron sus días son de lo más variopintas y entretenidas, quizás sean tema de un próximo capítulo de esta sección.

En definitiva, el trauma colectivo, las muertes por miedo y los derrumbes de viviendas, la pérdida de terrenos de cultivo y la desaparición de los principales nacientes de agua son sólo algunos de los obstáculos a los que los habitantes de las medianías del valle debieron sobreponerse tras la erupción. Además de eso, la lava, que corrió entre Arafo y Güímar aisló a los dos pueblos, dejándolos incomunicados hasta que los mismos vecinos se dispusieron a trazar, sobre la lava, una senda que se conocería como el camino viejo de Arafo.

Ese siglo depararía muchos más infortunios al pueblo de Arafo, todos superados por la capacidad de lucha y el tesón de sus habitantes, pero eso será tema para otra ocasión en la que este guía desinquieto pueda explayarse.

Darío López Estévez

Guía de turismo de Canarias

Director de Tenerife 100 Culturas

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