Acontecimientos recientes han vuelto a poner de manifiesto que La Palma es una isla volcánicamente activa. El papel fundamental que este fenómeno geológico tiene en el paisaje y naturaleza de la isla queda muy patente en cuanto el visitante comienza a recorrerla, pero es en su tercio sur donde ese volcanismo se hace más patente. Es precisamente la dorsal de Cumbre Vieja, que a pesar de su nombre es la parte más joven de la isla, donde se ha concentrado toda la actividad eruptiva reciente.
La Palma destaca entre otras islas del archipiélago por el verdor y la frondosidad que caracteriza casi toda su geografía. Sin embargo en las próximas líneas proponemos al lector que nos acompañe al extremo sur de la isla para descubrir un ambiente subdesértico de insólita belleza. El área que abarca este texto se encuentra incluida dentro del municipio de Fuencaliente; el más meridional de la isla, con una superficie de 56,42 km2 y, a grandes rasgos, entre dos volcanes históricos: San Antonio (1677-1678) y Teneguía (1971). Constituye a su vez un espacio natural protegido de 857,4 hectáreas denominado Monumento Natural Volcanes de Teneguía. El nombre de la erupción acaecida en el extremo sur de la isla se debe a los cercanos Roques de Teneguía; afloramientos rocosos mucho más antiguos de tipo fonolítico y clasificados como Bien de Interés Cultural (BIC) por la presencia en ellos de grabados benahoaritas.
El visitante que se dirige hacia el sur contempla como, en cada vez mayor grado, el paisaje es dominado por muestras evidentes de una actividad eruptiva reciente en forma de conos volcánicos y campos de lapilli (picón en Canarias, pero también denominado granzón en La Palma) que tapizan de negro el suelo, en hermoso contraste con el verdor de los pinos .
El área al que nos referimos ha estado marcada históricamente por episodios ciertamente violentos. Es el caso del Volcán de San Antonio, cuya erupción se inició en noviembre de 1677 y acabó en 1678 tras sesenta y seis días de actividad. Este acontecimiento trajo a los palmeros una particular desgracia: la pérdida de un manantial de aguas termales conocido como La Fuente Santa por la fama que adquiría el poder curativo de sus aguas. Tan grande fue su prestigio que llegó a convertirse en una muy importante fuente de ingresos para La Palma, por la cantidad de personas que visitaban la isla atraídos por la capacidad benefactora de esa fuente termal. La pérdida del prodigioso naciente fue un auténtico trauma para la población insular; en particular para los habitantes de Fuencaliente. Generación tras generación no desfalleció nunca el deseo de recuperar el legendario manantial ni tampoco cesaron los intentos de búsqueda. Finalmente, en el año 2004 con el respaldo del Ayuntamiento de Fuencaliente y del Gobierno Canario empresas y profesionales de diversas disciplinas, incluyendo en particular la investigación histórica, la geología y la ingeniería, concluyó la búsqueda de la Fuente Santa con el hallazgo del manantial perdido. Su análisis ha revelado que la precipitación de sales del agua, como resultado de su enfriamiento y desgasificación produce unos barros muy finos y de gran utilidad en las terapias con aguas termales.
La erupción se produjo en la parte superior de un cono volcánico mucho más antiguo, que es el que podemos contemplar hoy. Su edad ha sido datada en unos 3.000 años. Por ello no debe sorprender que crezcan pinos en el interior de su cráter. Otras bocas eruptivas del San Antonio a un nivel inferior fueron desmanteladas hace años para ubicar un aparcamiento. Muy posteriormente se ha construido un muy interesante centro de interpretación que resulta muy didáctico y realmente de visita obligada para las personas que deseen comprender mejor el fenómeno volcánico. Desde él puede recorrerse en un sencillo paseo un sendero que lleva al borde del imponente cráter del volcán anterior, al que ya nos hemos referido, y cuyo diámetro es de unos 300 m.
Desde lo alto del volcán cuya ubicación coincide con la del San Antonio, y que por dicha razón se le conoce con ese mismo nombre, se divisa el paisaje de Llanos Negros, que en pronunciado desnivel desciende hacia el mar. El color verde que pone una nota de vida sobre los oscuros campos de picón y cenizas no procede solo de los pinos. Estas laderas están también cubiertas de viñedos. La reina de las uvas es sin duda la que se conoce como malvasía aromática, cuyo origen se encuentra en cepas traídas desde Creta y cuya presencia en el sur de La Palma se remonta probablemente a principios del siglo XVI. Desde entonces esa variedad de uva blanca ha ocupado la mayor parte de la superficie cultivada del municipio de Fuencaliente y los vinos dulces que con ella se producen adquirieron fama internacional entre la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del XIX. En Europa fueron los ingleses los grandes clientes del vino de malvasía palmero y gracias a ellos lle
garon también a las colonias británicas en América. Para la posteridad han quedado las alabanzas que escribieron de estos dulces caldos escritores de talla universal como William Shakespeare, Robert Louis Stevenson y Walter Scott.
Hoy en día, como antaño, las cepas de malvasía siguen ocupando las laderas del extremo sur de La Palma. Más de 280 productores de vino están integrados en la marca Bodegas Teneguía y forman la sociedad cooperativa Llanovid. Mantienen una actividad casi heroica en la que confluyen en prodigiosa armonía el tesón y saber hacer de los viticultores, con el clima templado y soleado del sur de la isla y la fertilidad que aporta a los campos las cenizas y picón de erupciones recientes como las de San Antonio y Teneguía.
Desde la cumbre del antiguo volcán de San Antonio también se disfruta de una inmejorable panorámica sobre el extremo sur de la isla y del volcán que hasta pocas semanas atrás era el más joven de La Palma: el Teneguía, cuya erupción se produjo entre el 26 de octubre de 1971 y el 18 de noviembre de ese mismo año. El cono volcánico que se formó alcanzó una altitud de 439 m sobre el nivel del mar y una forma de herradura abierta hacia el sur. Su ubicación permitió tanto a científicos como lugareños admirar un espectáculo de la naturaleza sin tener que lamentar daños personales o materiales, pues las lavas fluyeron en un recorrido muy corto directamente hacia el mar y la erupción se produjo en un lugar completamente despoblado. Hoy en día el visitante puede recorrer un paraje de agreste e insólita belleza que, a veces puede darle la sensación de encontrarse en otro planeta. Debe mencionarse, no obstante, que por razones de conservación no está permitido ascender a la cumbre del Teneguía ni caminar por sus laderas.
En la vegetación, junto a algunos pinos vemos principalmente ejemplares de la flora arbustiva nativa de zonas bajas, en la mayoría de los casos adaptados a condiciones subdesérticas: vinagrera (Rumex lunaria), verode (Kleinia neriifolia) y salados blancos (Schyzogine sericea). En algunos enclaves que pudieron sobrevivir a los episodios volcánicos recientes viven algunas especies de plantas de gran interés; es el caso d
e la cerraja Sonchus hierrensis y del cabezón Cheirolophus junonianus, endemismo palmero que vive exclusivamente en el entorno del Teneguía. Algunos líquenes tapizan con profusión las rocas y dan una nota de color, además de contribuir a las primeras etapas de la formación de suelo. Es el caso de Stereocaulon vesubianum, de color grisáceo y Ramalina bourgeana, identificable por sus pequeñas ramificaciones de color verde claro.
Muy cerca del volcán de Teneguía, el viejo faro de Fuencaliente nos muestra las heridas que dejaron la lluvia de cenizas. A su lado está el nuevo, que lo ha sustituido en sus funciones. Junto a ambos se encuentran Las Salinas de Fuencaliente, que sobrevivieron milagrosamente a la furia del volcán. Su construcción data de 1967; por lo tanto son relativamente recientes pero constituyen un ejemplo vivo en La Palma de un tipo de aprovechamiento natural casi tan antiguo como la civilización humana.
Además de constituir un aprovechamiento sostenible y de producir una sal de gran calidad, junto a una cierta plasticidad en su geometría y en su contraste de colores, las salinas representan un hábitat insólito y de gran interés, en el que viven algunas especies adaptadas a condiciones extremas. Es el caso de crustáceos como la Artemia salina o plantas como la Ruppia maritima. Ello ha motivado que a pesar de ser una creación humana, las de Fuencaliente hayan sido amparadas por la Ley de Espacios Naturales Protegidos de Canarias con la categoría de Sitio de Interés Científico. Un elevado número de especies de aves migratorias han sido observadas alimentándose en este ambiente hipersalino, especialmente durante pasos migratorios de otoño o primavera. Destacan en este sentido las aves limícolas; aquellas que buscan su alimento en suelos y encharcamientos de zonas húmedas dulces o saladas. Entre las especies que visitan las salinas de Fuencaliente podemos citar el chorlitejo grande (Charadrius hiaticula), los correlimos tridáctilo (Calidris alba), común (Calidris alpina) y zarapitín (Calidris ferruginea) entre otros.
Esperamos con estas líneas haber hecho al menos una modesta contribución a despertar el deseo de conocer mejor un rincón hermoso y singular de aquella a la que siempre y con todo merecimiento hemos llamado La Isla Bonita.
Agradecimientos: a Jaime Coello Bravo por haber realizado valiosos comentarios que han contribuido a la mejora de un primer borrador del artículo, a Rubén Barone Tosco por haber aportado una de las fotos que ilustran el texto.
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¡Qué interesantísima entrada! Invitas con tu prosa a visitar la isla, felicidades.