Si bien es cierto que la unidad de Italia no se alcanza hasta 1861 con la proclamación del “Regno d´Italia” y el nombramiento de Vittorio Emanuele II de Savoia como rey, es obvio que podemos referirnos a los habitantes de la península itálica, como italianos. En ella, desde la Alta Edad Media iban tomando cuerpo las Repúblicas de Venecia y Génova, convirtiéndose ambas en los albores de la Baja Edad Media en verdaderas talasocracias, que con el dominio de los mares impulsaron la búsqueda de una ruta atlántica para alcanzar las codiciadas especias y las sedas del lejano Oriente. Podemos considerar que a partir de esas fechas, finales del siglo XIII y a lo largo del siglo XIV, las Islas Canarias, encontrándose en dicho camino, fueron rescatadas del brumoso olvido en las que se vieron envueltas desde la caída del Imperio Romano en el siglo V, y el posterior oscurantismo altomedieval.
Cuando los mamelucos toman la ciudad de San Juan de Acre, en el actual Israel, cercenando la ruta terrestre hacia Oriente, los hermanos genoveses Ugolino y Vadino Vivaldi, arman dos galeones, Alegranza y San Antonio y en compañía de 300 hombres y dos frailes franciscanos parten desde Génova en el año 1291, con la idea de circunnavegar África y así llegar a las ansiadas especias. Para algunos, entre ellos José de Viera y Clavijo, arribarían a las Canarias, antes de desaparecer para siempre, perdiéndose todo su rastro después de cabo Juby. Nótese que el nombre de uno de los barcos coincide con el del islote del archipiélago Chinijo, Alegranza.
Es por ello que años más tarde, otro genovés, Lancelotto Malocello, buscando a los hermanos desaparecidos arribaría en el año 1312 a la isla de Tyterogaka, nombre por la que la conocía su antigua población amazig y que a partir del portulano del cartógrafo Mallorquín Angelino Dulcert, fechado en 1339, se identificaría como “Insula de Lanzarotus”.
Personaje controvertido donde los hubo, este tal Lanzarotus Marexellius o Lancelotto Malocello; tanto es así que para algunos ni siquiera existió, siendo solo un personaje ficticio. Para otros, los que se creen la última Coca Cola del desierto, garantes del buenismo y flautistas de lo políticamente correcto, sería un individuo despreciable, un bandolero violador de nativas y captor de esclavos. Los menos, lo vinculan a la hermética y religiosa Orden del Temple, disuelta por el papa Clemente V cediendo a las presiones del rey de Francia Felipe IV, en el año 1312. Precisamente el año en el que Lancelotto llegaría a la Isla, para esconder el famoso tesoro de los monjes guerreros.
Sin embargo lo habitual es creer que nuestro personaje existió, habitó durante varios años en la isla, construyó una torre, y puso, para bien o para mal, nuevamente el nombre de las Canarias en el mundo Europeo.
De lo que no hay ninguna duda, puesto que existen pruebas documentales fehacientes, es de la llegada en 1341 del navegante genovés Nicoloso da Recco, capitaneando una expedición a Canarias financiada por el rey de Portugal Alfonso IV, quien fleta 3 naves con tripulación florentina, genovesa y española, trayendo como segundo al mando el florentino Angiolino del Tegghia. La expedición permaneció en las Islas durante cinco meses, y si bien desde el punto de vista comercial fue un fracaso puesto que no encontraron las deseadas especias y los productos locales, de poco valor, carecían de interés para los europeos, tanto es así que los marineros a duras penas lograron resarcirse de los gastos de la empresa, la expedición sirvió para describir las islas, sus habitantes y sus costumbres, hasta tal punto, que con las informaciones aportadas por Nicoloso, el literato Giovanni Boccaccio escribió un relato sobre el pueblo guanche en su manuscrito “De Canaria et insulis requiris ultra Hispania noviter repertis” (En torno a las Canarias y a las otras islas nuevamente descubiertas más allá de España).
Haciendo un salto temporal de un siglo, y ya en plena efervescencia conquistadora, es obligado mencionar al navegante, explorador y comerciante de esclavos Alvise da Ca da Mosto, a veces erróneamente mencionado como Alvise Cadamosto, el que fuera contratado por el príncipe portugués Enrique IV el Navegante para realizar dos viajes a África occidental en 1455 y 1456, acompañado por el capitán genovés Antoniotto Usodimare.
En estos viajes tuvo la oportunidad de recalar en nuestras Islas. Su gran sentido de la observación y su facilidad para describir queda reflejado en su relato “Paesi novemente ritrovati”, donde habla de Canarias: “Estas islas de Canaria son diez (consideraba los 3 islotes), cuatro de ellas habitadas por Cristianos: Lanzarote, Forte-Ventura, La Gomera y El Ferro; y tres idólatras, a saber: Gran Canaria, Teneriffe y La Palma”.
Dejó también notas generales sobre los guanches, hablando de las diferencias dialectales en las islas y la dificultad de comunicación entre ellas. Haciendo referencia a los pueblos “trogloditas” fortificados en su interior, afirmando que los indígenas podrían dificultar la conquista cristiana refugiándose en montañas altas e impracticables.
Al parecer la isla que más le impactó fue Tenerife, mencionando que era hermosísima y rica en vegetación y que su enorme y altísimo volcán tenía una punta tal que parecía un diamante.
En su diario Alvise también describe la costumbre de los guanches de pintarse el cuerpo con dibujos de varios colores, de la habilidad que tenían para esquivar piedras lanzadas contra ellos y de su agilidad para saltar de peña en peña; adentrándose también en su mundo mágico religioso concluyendo que practicaban el culto astral, especialmente del Sol y la Luna.
En las fechas mencionadas, años 1455/1456, es notorio que la conquista Señorial de Canarias había llegado a su fin, pudiendo darla por concluida en La Gomera hacia 1450; no así la conquista Realenga que estaba a punto de comenzar, iniciándose en Gran Canaria en 1478, pasando por La Palma en 1493 y terminando en Tenerife en 1496. Y es en esta etapa donde vuelven a aparecer los “italianos”, fundamentalmente banqueros y ricos comerciantes que por aquel entonces dominaban el mundo de la banca, los préstamos y los seguros ( El origen de la letra de cambio como instrumento mercantil se remonta a la Italia del siglo XII).
A cambio de sus dineros reciben en estas islas realengas tierras, aguas y la posibilidad de fundar ingenios azucareros que le generaran ingentes beneficios, implementando sus ingresos con el comercio de tintes y esclavos y la traída de manufacturas y paños europeos.
Sabemos con certeza que Fernández de Lugo concertó acuerdos con diferentes banqueros y prestamistas que tenían tratos con la Corona de Castilla:
Francesco di Rivarola, genovés, castellanizado como Riberol, apoyó y financió la conquista de Gran Canaria, La Palma y posteriormente la de Tenerife.
Gugleilmo Bianco, otro genovés; jugó un papel importante en la economía del Adelantado, dedicándose a la trata de esclavos guanches tras la conquista.
Giovanni Berardi, florentino, representante de la poderosa familia Medici en Castilla. Financió la conquista de La Palma, no la de Tenerife puesto que falleció en 1494.
Matteo Vigna, conocido en Tenerife como Mateo Viña. Este patricio genovés participó directamente en la conquista de la Isla, siendo nombrado regidor en 1500. Como recompensa por los grandes servicios prestados, el Adelantado le premió con extensas datas de tierras tanto en Garachico como en Tacoronte y Anaga.
Cristoforo de Ponte, este genovés, se le considera el fundador de Garachico, donde recibió tierras, montó ingenios azucareros y sierras de agua, fundando iglesias y conventos.
Agostino de Interián, que llegó a Tenerife al poco de concluida la conquista como prestamista de Mateo Viña, haciéndose con sus propiedades, entre las que destaca la que hoy se denomina Caleta de Interián.
Francesco di Palomar, afincado en Gran Canaria, tras comprarle a Alonso Fernández de Lugo el ingenio azucarero que éste poseía en Agaete. Sabemos que con el dinero obtenido con la venta, el Adelantado pudo financiar en parte la conquista de Tenerife.
Constantin Cairasco, quien llega a Gran Canaria desde Génova a finales del siglo XV, vinculándose al negocio azucarero.
Raffaele Spinola, que pasó a conocerse en La Palma, donde se instala al poco de su conquista, como Spindola. Fue el alcaide de sus fortalezas en 1516.
De esta forma los italianos llegaron a ser muy pronto numerosos en Canarias, controlando las economías isleñas, lo que inevitablemente conllevó aparejada una prosperidad no solo económica, sino también una hegemonía en la esfera política, acaparando altos cargos y haciéndose con títulos nobiliarios.
De este modo en apenas dos generaciones, además de los apellidos reseñados, otros como los Ascanio, Carminati, Lercaro, Giustiniani, Salvago, Colombo, Inglesco, llegaron a ocupar posiciones prominentes entre las élites isleñas, puesto que el enriquecimiento les condujo a cargos y distinciones; aunque prácticamente todos ellos habían iniciado su “modus vivendi” de forma muy parecida: traficando con esclavos, comerciando con productos suntuosos y con las especias, firmando letras de cambio o ejerciendo de prestamistas.
Guía de Turismo de Canarias
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Gracias Mauro, muy interesante!