Si Joseph Conrad urde la trama de su famosa novela “El corazón de las Tinieblas” en las serpenteantes aguas del río Congo, más próximo a nosotros, aunque lejano en el tiempo, el Adelantado Fernández de Lugo urde su trama particular para abastecer de agua potable su nova villa de La Laguna, ubicada en el altiplano de la recién conquistada isla de Tenerife, mediante atarjeas, atanores, pozos, fuentes, estanques, abrevaderos, pilas y lavaderos.
Nos retrotraemos a los albores del siglo XVI, en una Villa que empieza a latir, bombeando agua desde los montes cercanos, desde las entrañas del fértil subsuelo de la vega de Aguere, para cubrir las necesidades de hombres y animales.
Si bien esa lucha titánica, ese terco empecinamiento, esa firme voluntad de hacer próspera la Villa lagunera ha quedado en el olvido, a través de fuentes documentales, mapas, cuentos y leyendas han llegado hasta nuestros días nombres tan evocadores como: “Madre del Agua”, “Montes del Obispo”, “Calle del Agua”, “Fuente de Cañizares”, “Pila Seca”, “Tanque Grande”, “Tanque de Abajo”, o “Pozo del Cabildo”
Vayamos por partes: Las obras para obtener y distribuir las aguas para el abasto van a suponer verdaderos quebraderos de cabeza para el Cabildo lagunero durante al menos 3 siglos.
En los albores de la ciudad, el Cabildo se plantea el alumbramiento de pozos, pero por la geología del suelo, no son factibles en todos los lugares. El historiador Abreu Galindo señala la existencia de dos pozos hacia 1507: “… Otrosy ordenaron e mandaron que porque ay necesidad de agua en esta villa de La laguna, que mandaban e mandaron que se fagan dos pozos el uno en la Villa de Arriba e otro pozo junto al pilar de Sant Francisco, e junto con cada pozo, un dornajo de quinze pies en luengo e que se faga de las penas que se echan para los propios…” (Acuerdos del Cabildo 27.8.1507)
Como desde las Calendas Griegas, las élites ostentan el poder, la mayoría de los pozos quedaron en tierras y manos de las clases dominantes, lo que motivó grandes problemas sociales durante muchos años; tanto fueron los abusos en el uso de los recursos hídricos, que el Cabildo dictó innumerables ordenanzas para regular el uso del agua, construyendo además fuentes, abrevaderos y pilas de uso público.
Sin duda, el pozo del Palacio Lercaro, que no existe en la actualidad, a partir de los años 50 del pasado siglo XX se convirtió en el más enigmático; la superchería popular dio por aquel entonces pábulo a la disparatada “Leyenda de Catalina”, según la cual la joven, virginal y bella Catalina, perteneciente a la estirpe Lercaro-Justiniani, fue obligada por su despótico padre a casarse con un rico comerciante de esclavos mucho mayor que ella. Sus negativas no fueron atendidas por la familia, y desesperada, el día de su boda se lanzó al pozo pereciendo ahogada. Al ser suicida, la Iglesia no permitió enterrarla en sagrado, así que su fantasma sigue rondando la casa en busca de cristiana sepultura.
Pero dejémonos de habladurías y volvamos a lo que nos ocupa: En el naciente conocido como Madre del Agua, en la Vega, se ubicó la primera fuente pública de La Ciudad a principios del siglo XVI, derivando su eufónico nombre de su primigenia naturaleza. A consecuencia de ello, en la tempranera fecha de 1511 el Cabildo adopta la resolución de traer agua para el abasto público hasta la recién construida plaza de San Miguel de Las Victorias (hoy Plaza del Adelantado), manda entonces se construya un canal de madera para encauzar el agua proveniente de los Montes de Tegueste, de los Montes del Obispo (hoy monte de las Mercedes) y de la propia “ Madre del Agua”. La atarjea de madera llegaría hasta la esquina de la actual plaza del Cristo, desde aquí y con unos atanores (tubos de cerámica) traídos desde Sevilla, se soterrará a través de la llamada “Calle del Agua” hasta la plaza. Nótese que en este iniciático recorrido del agua, se levantarán 3 conventos, Franciscanos, Clarisas y Catalinas, así como las casas de las principales familias conquistadoras, los Grimón, o la del propio Adelantado.
Posteriormente, en 1522 se decidió que el agua de abasto público, además de a la Plaza del Adelantado debía conducirse a otras dos fuentes: una ubicada en la Plaza de Los Remedios, actual Plaza de La Catedral; proyecto que nunca llegó a materializarse. La otra se instalaría en la Plaza de La Concepción, para solventar las continuas quejas de los habitantes de la Villa de Arriba. El acuerdo para construirla data de 1525, y en 1530 ya estaba en funcionamiento. La falta de presión del agua, por lo elevado del lugar respecto al origen, provocó que pronto el agua dejara de fluir y por ende motivó que desde entonces se conociera con el nombre de la plaza de la “Pila Seca”. El Cabildo trató de paliar el problema construyendo una fuente, que además serviría de lavadero y abrevadero en los aledaños de la hoy Plaza de La Junta Suprema que estuvo en funcionamiento hasta principios del siglo XX.
Otra fuente “mítica” para La Laguna y los laguneros es la llamada Fuente (de) Cañizares; originalmente era un manantial. “En 1588, el Capitán Fernando de Cañizares, Gobernador de Tenerife, dispuso cerramiento y limpieza, para destinarlo a uso público” (Según recoge el libro Estrategias y usos históricos del agua en Tenerife, del historiador Miguel Ángel Gómez Gómez).
La fuente fue reedificada en 1776. De ese año data la estructura que se conserva en la actualidad. Según los cuentos populares el agua de la fuente brotaba débilmente, haciéndolo misteriosamente con fuerza las noches de luna llena. Aquí se reunían las brujas locales la noche de luna llena del solsticio de verano, recolectando semillas de helecho macho, para preparar sus pócimas, hacer sus invocaciones, desnudarse y bailar hasta el alba, tomándose copas de parra para acabar invocando al “Perro Maldito”, persignándose con la mano izquierda, con el siguiente conjuro: ”Por la gereñal de la jacanal, de la branca luz de la mejorana, sin amén, Jesús”.
Podría seguir contando historias, pero el espacio para el artículo es determinado, así que no queda más remedio que concluir, no sin antes resaltar la importancia de los lavaderos, por el servicio público que prestaron durante tantos siglos, éstos cumplieron incluso una labor socializante, lugares eminentemente femeninos, donde las lavanderas podían “escapar” de la vigilancia marital (un antiguo refrán decía: “Los hombres al vino, las mujeres al agua”); fueron centros de bulos y noticias, lugares donde incluso se gestaron revueltas populares, donde se cantaban coplas, o donde se diseñaban “picardías”. Fueron lugares donde los curas inquisidores veían el mal, “antros de perdición”, ya que los jóvenes a escondidas espiaban las lavanderas que arremangadas enseñaban brazos, tobillos y pantorrillas, tanto es así que el Cabildo llegó a acotarlos y prohibir la presencia masculina a fin de salvaguardar el buen decoro.
Aunque las verdaderas protagonistas, sin duda, fueron las LAVANDERAS, a las que desde estas breves líneas rendimos un merecido homenaje. Mujeres laboriosas y abnegadas que durante siglos lavaron para sí o a cambio de pocas monedas, para las clases adineradas, pasando el trabajo y las enseñanzas de madre a hijas. Dicho queda.
NOTA ACLARATORIA: Si bien hubo varias Catalinas en la estirpe Lercaro – Justiniani, ninguna se suicidó el día de su boda, aunque hay dos mujeres de la familia con muertes prematuras y accidentales: La primera fue Úrsula de los Remedios Justiniani (1695/1727), casada con Pedro de Nava y Grimón. Úrsula murió en extrañas circunstancias a los dos años de su boda.
La segunda fue Francisca María Lercaro Justiniani (1753/1781). Murió de forma “accidental” tan rápidamente que no pudo ni tan siquiera recibir los Sacramentos.
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