Lo negro no siempre ha de ser sinónimo de tristeza o presagio de malos augurios; en Las Canarias de los años 50 del siglo pasado el hambre, las privaciones, la miseria y la falta de oportunidades era el estatus quo imperante fruto del aislamiento y el abandono producidos por las guerras recién terminadas. En estos tiempos eran frecuentes múltiples procesiones solicitando la “ayuda divina” gestadas bajo la advocación de la Virgen del Carmen que poco o nada práctico concedían. Era entonces cuando las gentes humildes se acercaban soñadoras a los puertos de Santa Cruz y de Las Palmas para ver atracar las proas negras de los grandes buques que evocaban anhelos de una libertad que olía a mar, a América, a un futuro mejor. Otra cosa no, pero el tiempo les sobraba ante la falta de trabajo.
En este contexto el auge de los “Cambulloneros” se convierte en una realidad.
Si nos asomamos al diccionario histórico del español de Canarias, define el vocablo de esta manera: “Persona que comercia, habitualmente a la borda de los barcos, cambiando y a veces vendiendo, con los marineros de los buques que pasan por los puertos, las más heterogéneas mercancías: frutas, bebidas, pájaros, labores de artesanía, etc”
Por lo que respecta a la etimología del término encontramos una versión prosaica, que nos indica un origen portugués: “Cambulhao” entendiéndose como cambalache o chanchullo y otra más romántica que nos conduce hasta las expresiones inglesas “¿Can buy on?” es decir: ¿Puedo comprar arriba?, o “Come buy on” Vengo a comprar arriba/sube a comprar, que el Pichinglis, idioma inventado que servía para comunicarse entre las tripulaciones de los barcos y los vendedores isleños institucionalizó fonéticamente como Cambullón. Producto de la escucha del idioma inglés, reproducido en su versión canaria surgen palabras como: “moni”, de money (dinero). “Queque”, de cake (bizcocho). “Guanijay”, de John Haig (whisky). “Guachimán” de watchman (guardián), “Bisne” de business (negocio) y tantos otros.
El cambullón comenzó a gestarse en los principales puertos Canarios, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife a finales del siglo XIX, aunque la época dorada abarcará desde los tardíos años 30 hasta los años 60 del siglo XX con el paulatino incremento del trasiego mercantil de los puertos donde atracaban barcos ingleses, alemanes, daneses, italianos, argentinos, estadounidenses y finalmente rusos (cuántas latas de caviar pasaron de unas manos a otras para hacer las delicias de las clases adineradas isleñas). El sistema de Puertos Francos permitía la rentabilidad de este “negocio” mediante el cual los cambulloneros ganaban ingentes cantidades de dinero, que la tradición popular hacía evaporar en locales de ocio y farándulas nocturnas, sin embargo algunos, más juiciosos, pudieron emprender actividades legales que le permitieron alcanzar un nivel de vida considerable. Con la supresión de la ley de Puertos Francos en 1976 esta actividad comenzó a languidecer hasta desaparecer hacia las postrimerías de los años 80.
Entre los cambulloneros se ascendía por escalafón, se comenzaba como “chicobote”, jovenzuelos que se encargaban de remar o de llevar el bote o la chalana hasta el costado del barco, poco a poco se podía llegar al estatus superior, el de “bombista”, aquel que estaba autorizado por el capitán del barco para subir a bordo y cerrar los tratos, normalmente iban bien vestidos con traje y corbata, pantalones de vestir cubiertos con cachuchas o sombreros.
La picaresca era frecuente y si se encontraban con un capitán reacio a que desarrollaran a bordo su mercadeo, uno se hacía pasar por autoridad portuaria para distraer a la oficialidad mientras otro se encargaba del trapicheo con la marinería, evidentemente si aparecía la verdadera autoridad la estampida era generalizada.
Con lo poco o nada que había en los años de la posguerra lo más demandado era el tabaco rubio, los transistores procedentes de Tánger, las cámaras de fotos, relojes, jabones, bebidas alcohólicas y la tan deseada penicilina procedente de Argentina. A cambio ofertaban productos artesanales típicos como calados, cestas de mimbres, bordados, timples, ron, puros y pájaros canarios que llevaban en jaulas, aquí también funcionaba la picaresca, más de un tripulante creyó llevarse un canario enjaulado cuando no era otra cosa que un gorrión con las alas y la cabeza pintada, evidentemente cuando descubrían el engaño ya estaban en alta mar….
Si bien la policía hacía la vista gorda, la gran preocupación de los cambulloneros eran los “Calvos”, antiguos militares retirados, es decir mayores y con poco pelo, que actuaban como inspectores de Hacienda e intentaban hacerles la vida imposible a tan “respetables caballeros….”
En Las Palmas los botes que usaban estos cambulloneros fueron el germen de la vela latina, deporte con mucho arraigo en la isla de Gran Canaria y el muelle frecuentado por éstos se llamó “Muelle Sanapú”, es decir el muelle donde se sanaba la pús; mientras que en Santa Cruz cuando no “trabajaban” se solían reunir en las inmediaciones del ya desaparecido Hotel Orotava ,hoy edificio Olimpo, con las frecuentes quejas de los clientes que veían alterada su tranquilidad con la algarabía y las “amigables” discusiones.
Esta actividad de dudosa legalidad siempre se vio con benevolencia por parte de la sufrida población canaria. En los años 50 las jovencitas solían decir: “Mira madre, más vale un buen cambullonero que un buen cura”, así como también se cantaron sus gestas:
De la Isleta al Refugio al Muelle Grande Son los hombres valientes, que Dios los guarde. Quiero yo a un cambullonero que me tiene enamorada, El quiere que yo lo quiera, pero él no me quiere nada. (Isa del cambullonero. De Néstor Álamo, cantada por Mary Sánchez).
En definitiva éstos “pícaros” eran muy populares, y generalmente bien vistos por el pueblo llano, que solía decir: “El cambullón mató mucha hambre” o “El cambullón nos dio la vida” o “Ganan mucho dinero y se corren grandes juergas, pero también hacen el bien”. No era infrecuente verlos actuar como modernos “Robin Hood”, entregando parte de sus ganancias o el fruto de su comercio a gente necesitada.
Podemos concluir, entonces, sin miedo a equivocarnos que los cambulloneros y sus actividades forman parte indeleble de la historia portuaria de Canarias.
Mauro Bertello. Guía de Turismo de Canarias.
Imagen de portada: Mediateca Gobierno de Canarias.
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Que tienes labia, lo sabía… Que eres ilustrado, también. Pero encima hilas fino.
Me gusta leerte.
Slds. Trui
Excelente artículo, muy bien escrito y en el que no falta una buena dosis de humor. Un muy interesante vistazo hacia un pasado que no es muy lejano.