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El lago de San Cristóbal de La Laguna

El lago de San Cristóbal de La Laguna

El hidalgo andaluz de poca monta, cuyo nombre nos confunde por apellidarse de Lugo, partícipe en la conquista de la isla de Gran Canaria, ávido de gloria y riquezas, vende su ingenio azucarero en Lagaete, actual Agaete grancanario, firma capitulaciones con los Reyes Católicos y emprende la conquista de La Palma. Tras conseguirla con engaños, vuelca sus apetencias en la intratable isla de Tenerife, la única que quedaba al albur de sus naturales, los guanches.

Tras una derrota inapelable y una huida vergonzante, se lame las heridas en tierras conquistadas para regresar altivo y desafiante a la isla anhelada, Tenerife. Presenta batalla al indómito Mencey Bencomo; Éste henchido por la victoria de Acentejo, espera las tropas castellanas en campo abierto: es la conocida como batalla de La laguna, que según el historiador Alejandro Cioranescu, se libró el 25 de julio de 1495. La victoria castellana será inapelable y a los pocos meses Alonso Fernández de Lugo, que así se llamaba el conquistador, tiene rendida la Isla.

No teniendo los naturales aldeas, villas o ciudades, porque su hábitat era en cuevas, el conquistador decide construir de nueva planta su capital, la Villa de San Cristóbal de La Laguna, que no fue ciudad hasta que el emperador Carlos I le concede tal privilegio en 1531. La literatura histórica acepta como fecha fundacional de la Villa el día del Corpus de 1496, “bajo un cobertizo de enramada”, en lo que podría considerarse la primera ermita de La Concepción; si bien otros deslizan como posible fecha el 25 de julio del mismo año, festividad de Santiago Apóstol, admitida por la Iglesia para celebrar la onomástica de San Cristóbal, santo epónimo de la ciudad.

El Adelantado, título que le otorgan los Reyes Católicos al conquistador, para sí y para sus descendientes, tiene claro dónde erigir la ciudad: en el altiplano isleño, una extensión de terreno llana, enmarcada entre relieves volcánicos, que resultó del relleno de una cuenca lacustre producida tras el cierre de un paleo valle por efectos de las erupciones volcánicas del sector de la actual Esperanza, alejada del mar, para evitar ataques externos y cercana a la fuente de la vida: el agua.

Efectivamente esta futura ciudad, mitad castellana y mitad andaluza, donde inicialmente era más importante el menester de medidor que el de alarife, traza sus calles rectas y ortocéntricas convergentes al pequeño lago o laguna, fruto de la incapacidad del llano de Aguere, nombre guanche que define una superficie acuática, para evacuar las aguas de lluvia. El encharcamiento existente se debió al bloqueo del drenaje derivado de la presencia de coladas basálticas, emitidas desde la montaña de la Atalaya, que dan lugar a una zona más alta, respecto a la zona menos elevada de la Vega. En este marco topográfico, las aguas de escorrentías provenientes de las laderas del lomo de La Concepción, Cercado del Marques y la montaña de San Diego, alcanzarían un área llana, deprimida respecto a sus bordes, estancándose en ella puesto que el único canal de evacuación estaría a espaldas del convento franciscano de san Miguel de Las Victorias, actual santuario del Cristo de La laguna.

Daniel González Calvo (realizada sobre tarjeta postal de principios del S XX. Autor no identificado).

Consiguientemente el área susceptible de encharcarse abarcaría desde el perímetro comprendido entre la actual plaza de la Junta Suprema a la de Manuel Verdugo, hasta la esquina con el paseo de San Diego; del paseo de Oramas hasta el monumento de Artigas en el Camino Largo y siguiendo en paralelo por la carretera de Tejina hasta el parque de la Constitución, desde aquí, cerrando el perímetro, nuevamente a la plaza de Junta Suprema.

El lago estaría rodeado de un bosque pluriespecífico formado fundamentalmente por laureles (Laurus novocanariensis), viñátigos (Persea indica), mocanes (Visnea mocanera) y madroños (Arbutus canariensis) habitado por aves forestales, como tórtolas y palomas, mientras que la avifauna decididamente invernante, la compondrían ánades, garzas, y otras aves acuáticas.

En estos marjales discontinuos la caza sería abundante y la pesca inexistente puesto que el lago no albergó más que ranas.

El historiador lagunero Juan Núñez de la Peña (1641/1721), relata una histórica anécdota:

El Capitán Don Fernando García del Castillo, Caballero que fue de la orden de Santiago, a quien se le debió mucha parte del buen suceso de la conquista, aviendo entrado en la Vega de La Laguna, y hecho diligencias para descubrir algunos naturales, solo pudo hallar un poco de ganado, cuyos pastores desampararon.

Fatigados del calor descansaron en la hermosa Vega de La Laguna dos horas; tenía la laguna mucho agua y juzgando los soldados que criasen ella algunos pezes, por entretenimiento buscaron traça para sacar algunos, y como pudieron hizieron algunos ançuelos, y puestos en unas varas y cañas, los echavan al agua y cuando juzgaron facar anguilas, o otros pezes, como ay en algunas lagunas de España, se quedaron burlados, porque después de cansados d esperar el lance, solo sacavan lodo, ó cieno, porque otros animales que ranas no cria. Como los tiempos presentes lo experimentan; otros con sus ballestas tiraban á las aves, que en el ameno bosque se recreauan; cogían mocanes y madroños, de que auían muchos árboles, bareandolos para qué cayesen; y a algunos soldados acontenció una chança graciosa, y fue que como en aquella Vega pacía tanto granado cabrio, ellos la tenian sembrada có su craso escremento, que en algo, y a primera vista se parece á los mocanes; los que con prisa recogían los mocanes que caian, sinhazer mucho reparo, lo uno, y otro echauan en sus sombreros, y el que más codicioso, lo echaua en su boca, y como hallavan en ella gusto diferente y algo desabrido, reconocían el daño, y engaño, y otros con malicia dexavan se engañassen otro y sú ellos mesmos les convidaban…”

En cuanto a su tamaño, es certeza que fue cambiante; si atendemos al plano levantado por el ingeniero militar italiano Leonardo Torriani (c. 1560/1628), en 1588, tendría un perímetro apenas superior a los 2.000 metros y una superficie aproximada de 27 hectáreas. Torriani hace la siguiente anotación al respecto:

Plano de Leonardo Torriani (1588)

La laguna se forma por la reunión de las aguas de los montes cincunvecinos, se llena por medio de un riachuelo que viene desde el norte y desagua por uno que corre en dirección del levante. Tiene poco fondo, y durante el verano se seca completamente. Es muy útil para el ganado que pasta en su alrededor en número infinito. Para los que tiran de arcabuz es un verdadero deleite, por la diversidad de los pájaros y animales que viven en ella; tanto más que está muy cerca de las casas, de modo que resulta útil y agradable, sin causar y exigir mucho camino”

Aunque si prestamos atención a la descripción de fray Juan Abreu y Galindo, en su manuscrito fechado en 1632, el perímetro de la laguna no superaría los 1.400 metros.

En la actualidad tenemos el testimonio del profesor de la ULL, Constantino Criado Hernández, que en su libro “Breve e incompleta historia del antiguo lago de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna”(2002) asevera, basándose en curvas de nivel, que el perímetro máximo del encharcamiento a día de hoy se reduciría a 625 metros con una superficie de poco más de 3 hectáreas y una profundidad de 80 centímetros.

Por lo que se refiere a su desaparición la fecha en uso hace referencia al año 1837, año en el que se produce su definitiva desecación artificial por el cuerpo militar de ingenieros, mediante la apertura de un canal que conduciría al desaguado hacia el barranco de La Carnicería y el posterior vertido en el de Santos; si bien es cierto que la mengua paulatina sería anterior, de hecho en el plano levantado por el coronel Amat Tortosa, que copia en 1779 el marino francés M. le Chevalier, ya no aparece ninguna superficie de agua, aunque con posterioridad, una discreta laguna aparece en 1814 en un mapa de Tenerife del científico alemán Leopold von Buch.

De este pequeño lago, laguna, o encharcamiento, al gusto de cada lector, en la que su agua nunca fue de abasto, por no ser apta para el consumo, ya solo queda el recuerdo, en el que cuentos antiguos, sin probatura histórica alguna, hacían cruzarla en barca a los frailes del convento de San Diego en sus visitas a sus homónimos del convento de San Francisco.

Ahora solo queda, sentado en un banco del Camino Largo, cerrar los ojos y añorarla ¿Volverá a existir? ¿Quién sabe? En el pasado siglo XX, inundaciones por lluvias torrenciales en 1922, 1950 y la última en 1977 amagaron con recrearla por momentos.

Se verá.

Mauro Bertello Calamari

Foto de entrada: Infografía de Guillermo Padilla


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